Ayer, en la Sala El Rodaje, se otorgaron los premios de esta nueva edición del Concurso de Relato Breve “Ruth Cabero”, en homenaje a la que fue víctima de violencia de género y activista por los derechos de las mujeres Ruth Cabero Martínez.

Y el Verbo hería: cada palabra humillaba, cada silencio castigaba. La semilla del
dolor comenzaba a germinar.
Él apareció como un resplandor que deslumbraba. Sus halagos brillaban, pero entre
destellos, la sutil crítica: “Ese escote”, “No te rías así, es de tontas”. La luz le hizo
sombra y ella lo confundió con cuidados.
Como un firmamento que divide, marcó distancia con amigos y familia. Poco a poco
la dejó aislada, encerrada en un cielo que no era suyo. Comenzó la angustia.
La convirtió en territorio conquistado. Trazó fronteras, arrancó amistades de raíz y
cubrió su suelo de culpas. Su vida se volvió árida bajo su sombra, todo germinaba
bajo el peso de su voz. La desesperación afloró.
Llegó el control del tiempo. Cada rayo de luz y cada sombra median pasos y
silencios. Él dictaba cuándo hablar, cuándo reír, cuándo callar, a dónde y cuándo ir.
Día y noche se volvieron prisión. Llegó el miedo.
El Verbo se volvió grito, y el grito golpe. Quebró su cuerpo, ensució su dignidad. El
dolor inundó su carne, su aire, su mente. Lágrimas. Sudor. Sangre.
Se reconoció en el espejo roto: no costilla, no sombra, no objeto. Persona. Mujer.
Voz. Tomó el teléfono. Denunció. Ya no hay miedo. Despertó. Renació.
Del Verbo, del grito, del golpe. Respiró libre, dueña de sí misma, de su cuerpo y de
su tiempo. Desterró al Verbo. Cerró la puerta. Respiró. Saludó al sol. Sonrió de
nuevo.
Libre

Quizás fue el instante en que dejó de expresar sus pensamientos,
o tal vez cuando aprendió a sonreír sin autenticidad para evitar preguntas que no podía
responder.
como si una fuerza invisible la empujara hacia dentro,
mientras el aire se resistía a entrar por completo.
Un peso en los hombros.
sus risas más escasas,
y sus gestos medidos,
como quien camina sobre hielo frágil.
Otras, su voz rompía el aire
y el miedo llegaba antes que las palabras.
pero no conseguía marcharse.
El miedo era paciente, astuto,
capaz de disfrazarse de rutina, de ternura, de promesas.
Una ráfaga de aire entró con una fuerza desconocida,
hizo volar las cortinas, desordenó el silencio.
puro, distinto.
pero dio un paso.
sino que la sostuvo,
la nombró,
la salvó.










